Creado
Valerio Rocco (FIL'06; DR.FIL'11). Filósofo y director del Círculo de Bellas Artes de Madrid Con una licenciatura y un doctorado en Filosofía por la UAM, Valerio comenzó su andadura profesional en el mundo de la docencia universitaria. Desde 2019 dirige el Círculo de Bellas Artes de Madrid desde donde promueve las relaciones entre arte, ciencia y tecnología en la vida social madrileña. |
- ¿Qué estudiaste en la UAM?
Toda mi carrera académica se ha desarrollado en la UAM, a la que considero mi segunda casa. A los 18 años me matriculé en la Licenciatura en Filosofía. Posteriormente realicé el Doctorado, que culminé con una tesis sobre el papel del mundo romano en la filosofía de Hegel. Por el camino realicé un Máster en “Filosofía de la Historia: Democracia y Orden Mundial”. Gracias a la excelente formación obtenida en la Facultad de Filosofía y Letras obtuve el Premio Nacional de Fin de Carrera y el Premio Extraordinario de Doctorado. Algunos años más tarde, tuve el privilegio de convertirme en profesor del mismo Departamento en el que había pasado mis años de estudiante y de doctorando. Fue una satisfacción y un honor; en cierto modo, el cumplimiento de un sueño.
- ¿Por qué elegiste la UAM para realizar tus estudios?
La casa de mi madre, en la que yo vivía en el momento de comenzar la carrera, estaba muy cerca de la Complutense, por lo que habría sido mucho más cómodo y natural para mí cursar Filosofía allí. Sin embargo, muchos amigos y conocidos me hablaron con entusiasmo de la Autónoma, en la que el método analítico y el continental (las dos principales tradiciones en la historia de la filosofía) convivían con igual pujanza y con atención a las tendencias más contemporáneas del pensamiento en el campo internacional. Sin duda, fue una gran elección. En la UAM encontré un campus en el que varios saberes convivían y se entremezclaban, unos profesores muy competentes y a la vez accesibles y una vida universitaria muy ilusionante. Allí conocí a mi futuro director de tesis, Félix Duque, al que nunca podré agradecer lo suficiente su influencia intelectual, y tuve grandes profesores como Ángel Gabilondo, que en ese momento era rector.
- ¿Cómo recuerdas tu paso, como estudiante, por la Universidad?
Recuerdo una época de mucha exigencia académica y con un ritmo acelerado en muchos campos relacionados con la UAM. Dedicaba muchísimas horas al estudio en el aula y en la biblioteca, leyendo a los grandes clásicos de la filosofía que los profesores nos recomendaban. Formé pronto un grupo de amigos: entre todos fundamos una revista de Humanidades, titulada “Despalabro”, y una asociación de estudiantes, llamada “Voluntad y representación”, como un guiño a Schopenhauer. Gracias a esta última podíamos disponer de un local e intervenir en la toma de decisiones en el Departamento, la Junta de Facultad y el Claustro universitario. Desde muy pronto me involucré en los órganos colegiados de la UAM, y esa experiencia política -en el sentido amplio de la palabra- me ha servido mucho en vida posterior para defender lo común desde la palabra y los argumentos.
- Desde 2012, has estado vinculado a la UAM como docente, coordinador de Máster, vicedecano o investigador, ¿qué ha sido lo más enriquecedor de esta etapa?
Es difícil destacar sólo una faceta de mi trabajo en la UAM. Se obtiene una satisfacción enorme tras una clase en la que se ha percibido el entusiasmo de los estudiantes, pero también cuando un artículo ha sido seleccionado por una revista de prestigio o cuando el programa de Máster que se coordina funciona con altos niveles de calidad. Sin embargo, si tuviera que destacar una experiencia particularmente enriquecedora quizás aludiría a los cuatro años como Vicedecano de Investigación, Transferencia del Conocimiento y Biblioteca de Filosofía y Letras: esta etapa me permitió conocer a fondo la riqueza y la complejidad de esta Facultad, curtirme en el mundo de los Proyectos Europeos (y en general de la gestión) y reivindicar en los órganos de toma de decisiones la importancia de las humanidades en el conjunto de la Universidad. Pero sobre todo me permitió (quizás por primera vez en mi vida) trabajar auténticamente en equipo, con los demás vicedecanos, capitaneados por Antonio Cascón y Patricia Martínez, en un clima de amistad y cooperación muy difícil de superar (y de repetir).
- Desde 2019 diriges el CBA de Madrid, ¿cómo fue el paso del ámbito académico al de la gestión cultural?
Siempre he creído en la necesidad de acercar el mundo de la investigación en artes y humanidades y el de las instituciones culturales. En efecto, la cultura es -entre otras muchas cosas- la manera natural en el que el conocimiento humanístico se traslada a la sociedad. En este sentido, a pesar de la diferencia de mundos, viví mi paso a la Dirección del Círculo de Bellas Artes como una culminación natural de muchos procesos que estaba intentando llevar a cabo desde el Vicedecanato de mi Facultad. Desde que asumí esta tarea, uno de mis principales objetivos ha sido establecer puentes entre estos dos mundos, el universitario y el cultural: con contratos de transferencia, Doctorados industriales y muchas otras herramientas de transferencia, como los Foros I+D+C, que declinan el concepto de innovación como cultura, creatividad, concepto, crítica y ciudadanía. La alianza entre Universidad y mundo de la cultura tiene, en mi opinión, la responsabilidad de reforzar una concepción humanística de la innovación, pues ésta no es sólo digitalización o desarrollo tecnológico. Sin el arte, la filosofía o las humanidades no puede haber genuina innovación, entendida como transformación radical de las preguntas y de los puntos de vista.
- ¿Cuáles son los principales desafíos de la gestión del CBA?
Los tres ejes en los que se ha centrado mi gestión han sido innovación (a la que ya me he referido), internacionalización y juventud. En este último capítulo, teníamos el reto de rejuvenecer la programación y el público del Círculo, algo que se ha conseguido, bajando la edad media de los asistentes a la programación en 23 años (de 56 a 33). En cuanto a la proyección internacional, la condición de “Casa Europa” que ostenta el Círculo debía ser llenada de contenido: con la fundación de la European Alliance of Academies en octubre de 2020, con la obtención de proyectos europeos y con una relación muy fuerte con embajadas e institutos culturales de distintos países hemos logrado también el objetivo de un mayor reconocimiento internacional. También me gustaría referirme a otra línea fundamental para el Círculo hoy en día: la igualdad de género. Nuestra institución cultural está fuertemente comprometida con los valores del feminismo, en nuestra apuesta general por una consecución -a través de la cultura- de la una sociedad más igualitaria, libre y justa.
- ¿Cuál crees que debería ser el papel del CBA en la vida cultural de Madrid?
El Círculo de Bellas Artes es una institución de 143 años de historia, enormemente querida por los madrileños y españoles, y que ya se ha ganado un puesto de enorme importancia en este panorama. Que los últimos rankings de instituciones culturales nos sitúen en quinto lugar en Madrid, sólo por detrás de Museo del Prado, Reina Sofía, Thyssen y Teatro Real, es un reconocimiento de esta realidad y del trabajo bien hecho en los últimos años. Más allá del desarrollo de su papel tradicional, el Círculo puede cumplir dos roles adicionales: en primer lugar, como catalizador de la transferencia del conocimiento (especialmente en artes y humanidades) de las Universidades de Madrid; en efecto, nuestra ciudad es una gran excepción en Europa, pues no cuenta con ninguna sede universitaria importante en el centro. Esta circunstancia ofrece a instituciones como el Círculo la oportunidad de desempeñar el papel de “ágora”, de plaza pública de intercambio de ideas, en el centro mismo de Madrid. En segundo lugar, el Círculo quiere posicionarse como una entidad líder en las relaciones entre arte, ciencia y tecnología, a través de experiencias como la reciente “Bienal Ciudad y Ciencia”. Creemos que en este cruce transdisciplinar hay un enorme potencial.
- Actualmente eres Tasks Leader del Proyecto de Investigación Horizonte 2020 de la Unión Europea: FAILURE, ¿en qué consiste este proyecto?
Este proyecto europeo surgió por parte de un pequeño grupo de historiadores y filósofos, bajo la coordinación del MIAS y de Antonio Álvarez-Ossorio, para reflexionar sobre el concepto de fracaso y su reversibilidad. Nos interesaba entender por qué esta noción nace sólo en la época moderna, por qué se declina de manera diferente en cada idioma o cuáles son las condiciones de atribución de la etiqueta “fracasado” a individuos, grupos e instituciones. Todo ello con el fin de comprender cómo se pueden revertir las diferentes situaciones de fracaso. El proyecto, que cuenta con más de 100 investigadores en 13 instituciones de todo el mundo, también tiene otro fin, que es luchar contra una doble manera de “fracasar mal”: o bien ocultando el fracaso, causa de vergüenza y soledad, o bien exhibiéndolo banal e impúdicamente, como en ciertos ámbitos empresariales, que lo ven como un mero trampolín hacia el éxito. En el proyecto nos proponemos aprender y enseñar a “fracasar mejor”, como decía Samuel Beckett.
- ¿Qué ha supuesto para el CBA participar en este proyecto?
Para el Círculo de Bellas Artes fue muy importante entrar en este proyecto como un miembro beneficiario, a la par de las otras 12 entidades investigadoras que conforman el consorcio, por muchas razones: en primer lugar, porque reforzaba nuestra estrategia de internacionalización, dotándonos de recursos para la movilidad y la cooperación con instituciones extranjeras. Además, la inclusión en el proyecto nos ha permitido crear, por primera vez en la historia del Círculo, la figura de “investigador asociado” a nuestra institución, contando con estudiosos de diferentes campos que puedan abordar la cuestión del fracaso de manera transdisciplinar. En tercer lugar, porque confirmaba en la práctica el discurso sobre la innovación que estábamos defendiendo teóricamente en los Foros I+D+C: la Unión Europea consideraba natural que una institución cultural participara en un proyecto de I+D+I, porque puede aportar mucho en el campo de la innovación artística y humanística. Los centros culturales somos institutos de innovación a todos los efectos, como reconoce explícitamente la recién aprobada Ley de la Ciencia.
- ¿Por qué crees que es importante mantener el vínculo con la UAM?
Como he dicho al principio, la UAM es, desde que tenía 18 años, mi segunda casa. Le debo muchísimo de lo que soy y al mismo tiempo espero haberle aportado algo, no sólo como estudiante, profesor, investigador y gestor, sino también ahora, como profesor honorario y miembro de AlumniUAM, desde el campo de la sociedad civil. Hegel, el filósofo al que más tiempo de mi vida he dedicado, decía que una institución no existe más allá de los individuos que la componen. En este caso, una Universidad no consiste en edificios, bibliotecas, laboratorios y todo lo que conforma un campus (por más que el de la UAM sea espléndido): vive en la comunidad de personas que la conforman y que sienten un orgullo de pertenencia y un reconocimiento profundo hacia la institución. Este reconocimiento (y agradecimiento) es el que yo siento por la UAM, y nunca dejaré de experimentar este vínculo intelectual y sentimental.