Pepe Viyuela

(Logroño, España, 1963)

Pepe Viyuela Castillo (FIL'86), actor con una dilatada trayectoria profesional en el mundo del espectáculo (cine, televisión y teatro), es un referente en el ámbito del humor. Premio Ondas (2013), es capaz de decicarle tiempo a la poesía y colaborar con las causas más justas, siendo vicepresidente de la ONG Payasos in Fronteras

¿Qué te llevó a estudiar Filosofía y, concretamente, en la Autónoma?

Tuve la suerte de tener unos profesores de filosofía muy buenos durante el bachillerato. Ellos fueron quienes me abrieron los ojos a la importancia de estudiarla. Por primera vez, fui consciente de la necesidad de fomentar el criterio y la opinión personal sobre las cosas. Ellos me enseñaron a ejercitar la capacidad crítica, a esforzarme por pensar de forma libre, me ayudaron a entender que el ejercicio del pensamiento es la base para la construcción de individuos y sociedades menos manipulables. Desde el principio tuve claro que quizá no podría dedicarme profesionalmente a la filosofía, pero también entendí que me serviría mucho para vivir más intensamente.

¿Cuál es la percepción que tienes ahora de la Universidad? ¿Cuál crees que es su labor en la sociedad?

Vivo alejado del mundo universitario y por lo tanto mi opinión sobre su estado actual no es muy fiable, pero tengo la sensación de que en los últimos años la universidad se ha concebido desde las instituciones más como un lugar para formar profesionales que como un espacio de debate profundo sobre cómo construir sociedades más justas y equilibradas. Tengo la sensación, por ejemplo, de que se piensa más en la productividad que en la ética. Acontecimientos como los vividos últimamente en relación a los masters con “truco” desprestigian a una institución muy necesaria para vertebrar la sociedad tanto desde el punto de vista intelectual, como desde el punto de vista ético, que, por otra parte, a mi juicio deberían ir intrínsecamente unidos. La universidad debe ir de la mano de realidad social en la que está inmersa, buscando mejorarla no solo en el aspecto productivo, sino sobre todo en la construcción de los principios que la sustenten intelectual y moralmente.

¿Cuánto ha influido el estudio de los clásicos en tu salto profesional al mundo de la interpretación?

El estudio de los clásicos, ya sea en su vertiente filosófica, histórica, teatral o poética…, resulta fundamental para cualquier tipo de formación. No solo, como es mi caso, para mi formación como actor, sino que resulta básico para el desarrollo de cualquier disciplina. Considero que un buen abogado, un buen médico o un buen economista es alguien que debe conocer esos textos, porque en ellos se encuentra la base cultural, ética y estética de lo que somos. Desvincularnos de ellos nos lleva a perder contacto con nuestras raíces. Por eso creo que hay que revisitarlos constantemente.

¿Qué es lo que más te apasiona de ser actor?

Creo que la posibilidad de ocupar y defender puntos de vista que no tienen nada que ver con los míos, la oportunidad de bucear en procesos psicológicos muy alejados de los que estoy acostumbrado a transitar. Una de las últimas funciones que he tenido la suerte de hacer es Filoctetes, de Sófocles. En ella interpretaba el personaje de Ulises, que defendía posturas ante un conflicto bélico que no comparto, pero a quien pude llegar a entender perfectamente al ponerme en su lugar. Interpretar personajes que pueden estar en tus antípodas, te lleva a relativizar tus posturas, a ponerlas en cuestión y dudar de forma constante. Y es precisamente la duda uno de los grandes motores del pensamiento.

¿Qué supone un mayor reto para ti, actuar ante las cámaras cuando ruedas para cine o televisión o ante el público en el teatro?

En todos los casos tienes una responsabilidad con el público. Tienes que ser muy consciente de que él es el receptor de tu trabajo y que trabajas para él, para que entienda lo que quieres contar, para que disfrute con ello, para que se emocione y active su reflexión; pero es evidente que donde esa relación se produce de forma directa es en el teatro. En el teatro el actor no tiene ningún filtro que lo separe del espectador, el diálogo es directo y percibe sus reacciones de forma inmediata. Esa vibración especial que siento en el teatro no la siento ni en cine ni en televisión. El teatro tiene una parte de ritual, de ceremonia, de la que creo que carecen otros medios.

Has publicado varios poemarios, ¿qué te llevó a iniciarte como escritor?

Me gusta escribir por lo mismo que me gusta interpretar, porque me permite contar historias. Es una forma de conectarme con los otros a través de la palabra, que considero que es la herramienta más poderosa que hemos inventado jamás lo seres humanos. La palabra nos permite extraer de nosotros pensamientos y sensaciones y compartirlas. A través de la lectura y la escritura, a través de la literatura, y del arte en general, la vida se duplica. La experiencia estética nos permite vivir dos veces.

Colaboras de forma activa con diferentes ONG y has participado en varios proyectos solidarios, ¿crees que la sociedad debería comprometerse más en estas causas?

Me parece importante no mirar hacia otro lado. Considerar, por ejemplo, que la injusticia y el desequilibrio económico son factores accidentales y no efectos causados por determinadas políticas y comportamientos es un error muy grave que no ayuda a solucionar el problema. Si quienes tienen las responsabilidades más altas no reaccionan ante los problemas que nos rodean, los ciudadanos debemos exigir que cambien el rumbo o abandonen sus responsabilidades. Pensar, por ejemplo, que los flujos migratorios son problemas exclusivos de los países de los que provienen los migrantes y que nosotros, los países receptores, no tenemos responsabilidad en las situaciones que provocan esos flujos, es parte del problema. Levantar muros no soluciona nada, hay que colaborar para que la gente no tenga necesidad de huir. Y eso es tarea de todos: de los ciudadanos y los estados. Por eso, sí creo que es fundamental la implicación y el compromiso de los ciudadanos. Somos más importantes y decisivos de lo que creemos.

En anteriores entrevistas, has hablado del humor como herramienta que debe usarse con una buena finalidad, ya que en ocasiones se utiliza para perjudicar a otras personas. ¿Qué nos puede aportar de forma positiva el humor a nivel individual y a nivel colectivo?

El humor en sí mismo, no es algo bueno ni malo, depende de cómo sea utilizado. Puede servir para liberar, pero también puede servir para maltratar y oprimir. Intento utilizar el humor como una válvula de escape, como un modo de relativizar y de relajar tensiones tanto individuales como sociales. El humor es una manifestación de la inteligencia, que puede contribuir a fomentar la buena convivencia. Aprender a reírse de uno mismo, por ejemplo, ayuda a fomentar el diálogo, ya que nos sitúa en una posición de flexibilidad de la que no se goza cuando se afrontan las cosas desde eso que llamamos “seriedad”. La seriedad está sobrevalorada en el sentido de que muchas veces no es más que una fachada que oculta inseguridades. No respeto más a alguien por el mero hecho de ser o estar serio. Mucha gente se agarra a la seriedad porque es una forma de dar miedo, y el miedo es un gran medio de control de la voluntad. El sentido del humor aporta una perspectiva sobre las cosas mucho más saludable. Una sonrisa nos acerca de inmediato a alguien y es una llave muy útil para iniciar un diálogo.

¿Cuál es el recuerdo que guardas con mayor cariño de tus años en la UAM?

El mejor recuerdo que tengo de aquella época es el de la juventud. En aquel entonces era muy joven, era un momento en el que la vida se abría llena de posibilidades y de promesas, un momento lleno de esperanza. El ambiente universitario contribuía a ello, era una época muy efervescente. Estamos hablando de los años 80 del siglo pasado. En España, y especialmente creo que, en Madrid, se estaban produciendo muchos cambios y desde la universidad los vivíamos como algo espectacular prometedor. Teníamos la sensación de que el futuro nos esperaba con los brazos abiertos y de que teníamos muchas cosas que aportar a ese futuro. Estábamos convencidos de que íbamos hacia un mundo mejor. Ahora no lo tengo tan claro.